Bolivia se abre a un futuro muy complejo
Por Mario Alejandro Scholz, columnista invitado.
BOLIVIA CON UNA ACTUALIDAD DE CRISIS
Miguel de Cervantes Saavedra supo acuñar aquella famosa expresión “Vale un Potosí” para aludir a las cosas o lugares que fueran reconocidos por su riqueza. Y es que Potosí, una vieja ciudad boliviana, está rodeada de cerros andinos ricos en mineral de plata, hecho que en el siglo XVI llegó prontamente a los oídos de los primeros colonizadores españoles:
La búsqueda de la plata dio nombre a la región desde su ingreso en el Atlántico por el Río de la Plata, y de allí el nombre de Argentina derivada del argentum latino. Tan importante fue esa riqueza que los primeros independentistas rioplatenses que tenían a Buenos Aires como cabeza del Virreynato del Río de la Plata, el cual se extendía al norte hasta las actuales Bolivia y Paraguay, intentaron prontamente asegurarse el control de Potosí para financiar la incipiente rebelión contra la corona española. Esa operación fracasó por la férrea defensa de las tropas venidas desde el Perú, hasta la campaña del Mariscal Antonio José de Sucre lugarteniente de Simón Bolívar, que proclamó la independencia de Bolivia y su consecuente separación de los restantes territorios del antiguo virreynato.
Y ese destino de Bolivia para extraer minerales como método para subsistir se mantuvo hasta nuestros días, desde la plata, pasando luego ya en el siglo XX por la minería del estaño que otrora hiciera ricos a la familia Patiño, hasta que en años más recientes la explotación de hidrocarburos constituyera una nueva fuente de prosperidad. Es cierto que el país sumó otras producciones primarias agrícolas a sus exportaciones, como sucede en tiempo más reciente con los granos de soja y el hecho histórico de la coca, aunque en este caso ya elaborada como cocaína y traficada por sobre las restricciones legales a todo el mundo.
Bolivia acumula ancestrales dicotomías y enfrentamientos entre los intereses encontrados de los cocacoleros de la región llana y selvática con los mineros andinos y en consecuencia también fuertes confrontaciones políticas entre el llano y el altiplano, entre los sectores conservadores y otros progresistas y sus representantes, acumulando largas secuencias de inestabilidad, alternancias de gobiernos electos y golpes militares, en fin, todo el clásico contexto de incertidumbre y pobreza de varias regiones de Latinoamérica, con el agregado de las derrotas en dos grandes guerras, una con Chile en el siglo XIX que le significó la pérdida de la región de Atacama y con ello la salida al mar (al Océano Pacífico) y la otra con Paraguay en la primera mitad del siglo XX, cuando debió ceder casi todo el Chaco Boreal.
Los años de retraso y subdesarrollo unidos a las duras condiciones de vida de mineros y agricultores propiciaron años de mas inestabilidad y rebelión, que culminaron consagrando presidente a principios de este siglo al dirigente del Movimiento al Socialismo (MAS) Evo Morales como líder del sector cocacolero que prometía una reivindicación de los indígenas y trabajadores postergados. Y esa política tuvo éxito al principio apoyándose en el excedente producido por la renta del petróleo que Bolivia extrajo por importantes inversiones realizadas por compañías transaccionales, entre las que se destacó la brasileña Petrobras. En efecto, Brasil se constituyó bien pronto en el principal cliente boliviano en materia de gas, al tiempo que también se sumaba Argentina, país que al inicio de la primer década del siglo había agotado buena parte de sus reservas sin hace nuevas inversiones.

La suba de los precios de los commodities al inicio del siglo XXI, casos del petróleo y el gas al igual que el de otros productos básicos como la soja que hacen a las exportaciones bolivianas brindaron a Morales un a fuente de beneficios que le permitió protagonizar un período de bonanza económica general. Pero nacionalizó la explotación de petróleo y como consecuencia se abandonaron las inversiones y la económíca entró en caída libre. Luego del fallido intento de Morales de ir por la tercer reelección con fraude y posterior desplazamiento por el Congreso, que anuló la votación, Bolivia ingresó en un ciclo de inestabilidad, depresión e inflación.
Morales terminó enfrentado con su obligado sucesor dentro del MAS, el ahora presidente saliente Luis Arce que poco pudo hacer para remontar la declinación económica, excepto enfrentarse con el viejo lìder que le reclamaba mayor fidelidad. Solo la prisión de la expresidente Jeannine Añez quien se había hecho cargo de la transición entre la salida de Morales y la llegada de Arce mediante nuevas elecciones pudo ser el tributo del nuevo gobierno al viejo líder.
Posteriores traspiés judiciales que tuvieron que ver con la vida personal desordenada (acusaciones varias, la más grave la comisión de estupro con una menor) terminaron con Morales condenado y refugiado en una finca de la zona selvática a la que hasta el momento no accedió la fuerza pública para cumplir con la orden de detención. Morales por supuesto apeló a la moda de los viejos líderes, sean de derecha o izquierda, de culpar a la persecución política acusando de lawfare a sus perseguidores.
UN GOBIERNO DIFÍCIL
La crisis económica, traducida en creciente inflación, estancamiento y escasez de combustibles, a pesar de la riqueza del subsuelo boliviano, fueron el signo de los últimos años en Bolivia. En ese contexto era muy poco lo que la izquierda podía ofrecer a sus antiguos seguidores y siguiendo una corriente trasversal en el continente se produjo una reacción hacia las derechas, incluso las más extremas. Esa izquierda boliviana que lidera Morales, impedido de ser candidato tanto por no poder acceder a otro período como por su condena judicial, con su partido el MAS prácticamente desapareció del mapa electoral en la votación presidencial del 17 de agosto pasado, donde no llegó al 5% de los votos cuando supo concentrar más de la mitad del electorado.
En cambio la centro derecha de Rodrigo Paz Pereira y la ultra derecha de Quiroga, ex presidente obtuvieron los dos primeros lugares con 33% y 27% respectivamente y se aseguraron la segunda vuelta para el pasado 19 de octubre. Finalmente los propios líderes izquierdistas abogaron por la moderación apoyando la propuesta menos conservadora y disruptiva del líder de la coalición demócrata cristiana Rodrigo Paz, un político de larga experiencia, hijo de un ex presidente boliviano, Jaime Paz Zamora. ambos de tinte moderado y progresista, siguiendo los pasos de su pariente y anterior líder Víctor Paz Estenssoro histórico fundador del nacionalismo boliviano de los años 50 y 60.
No fue solo la moderación de Paz el factor clave para su triunfo en segunda vuelta donde llegó al 55% de las preferencias sino su compañero de lista el electo vicepresidente Edmon Lara, un joven policía retirado que fuera separado de la actividad por sus denuncias de corrupción hacia sus superiores, continuando en campaña con su promesa de ser una especie de fiscal de la buena conducta gubernamental y de los compromisos genéricos asumidos con las masas populares.
Más todavía Morales eligió a Lara como una especie de sucesor para el gobierno y éste asumió un rol cuasi independiente de Paz titular del binomio, protagonizando su propia campaña que supo encender los ánimos de un público joven y del conjunto de la población que se mostró cansada de la “vieja política”, a la manera de lo sucedido en varias democracias del continente y del plantea en general.
La división del voto entre las distintas fuerzas políticas, la mayor de ellas de derecha con un centro ocupado por el gobierno como primera minoría conllevaría a un acercamiento con esos sectores para el logro de un marco de gobernabilidad mediante acuerdos entre el Ejecutivo y el Legislativo. Pero, del otro lado, la presencia del electo vicepresidente Lara puede constituir un elemento agitador de las promesas electorales de orden popular que obligan a una actitud más progresista por parte del gobierno, lo que implica una especie de juego de tijeras muy riesgoso para el experto Paz.
Es cierto que la ideología histórica de Paz lo identifica con la centro izquierda y con la social democracia. Pero lo que no ayuda para un comienzo proclive a satisfacer necesidades postergadas es la situación económica vigente; la base de las exportaciones está dañada por falta de inversiones en la exploración y perforación de petróleo y gas, situación tan grave como para determinar una escasez de combustibles en el mercado interno. La economía está desequilibrada, los gastos superan las posibilidades de financiamiento y determinan una alta inflación y el país no crece.
Paz debe poner en práctica un ajuste, incluyendo una devaluación para estabilizar el mercado cambiario, todas medidas impopulares aunque pueden significar una aliciente a mediano plazo para la producción nacional. Sabedor de estos desafíos ha prometido un programa pausado con un ajuste progresivo y no violento, para lo cual necesita de fuerte apoyo externo de modo de viabilizar ese tránsito moderado hacia una salida ordenada. Y no ha evitado anunciar que hay diálogos en esa dirección, sea con gobiernos extranjeros, sea con organismos internacionales de crédito.
La prensa regional ha señalado la caída de la izquierda y un triunfo de las derechas en Bolivia, a la manera de lo sucedido en Argentina, Paraguay y Ecuador, ola a la que se suma el Perú actual luego de las caídas de Pedro Castillo y Dina Boluarte y la asunción de José Jeri nombrado por el Parlamento de su país. En algún sentido los medios se adelantan a Paz al señalar que es clave ese apoyo de esas derechas para sostener el gobierno de Bolivia luego de largos años de dominación de las izquierdas más extremas.
Paz se ha exhibido amplio y abierto al diálogo, en particular con los dos grandes del Mercosur, Brasil y Argentina, que en materia política tiene hoy gobiernos en polos opuestos. La posición del presidente electo es buscar aperturas comerciales y por ende entendimientos políticos de su país con el mundo.
Pero Paz no tiene un perfil autocrático y de mando represivo como recomiendan los ultras, máxime en un país como el suyo, donde los sectores campesinos y mineros suelen ganar la calle y bloquear rutas con facilidad y no son débiles a la hora de enfrentar medidas represivas porque llegado el caso no suelen ahorrar sangre. Ese nivel de violencia potencial puede acrecentarse si los restos del MAS hicieran lo suyo en las calles, es decir la protesta y también si el outsider Lara fuera a adoptar una posición crítica cuasi opositora desde dentro del gobierno, sea de motu propio, sea por aliento del prófugo Morales.
En suma Paz debe caminar por un estrecho desfiladero donde pueda pacificar y lograr el orden interno, acordar con los grupos de derecha en cuanto se trate de ordenar la economía, regresar a un mercado que aliente inversiones para exportar y deshacer el viejo estatismo paralizante, pero también debe cumplir con los planes sociales existentes que aseguren un mínimo sustento para vastos sectores populares, sin caer en los excesos de las promesas de Lara.
Y para eso será clave el apoyo de países vecinos que no deberían exigirle plena comunión de ideas, sean las de izquierda desde el Brasil o las de derecha desde Argentina, para una marcha más tranquila. Pero otro factor determinante debieran constituirlo con sentido favorable, los Estados Unidos, que quizás hubieran preferido a Quiroga como un personaje más afín a los ultras que hoy dominan en Washington. Pero la realpolitik indica que si los norteamericanos desearan efectivamente alejar la ultraizquierda de esa parte del cono Sur, resulta clave el éxito de la gestión que iniciará Paz, que por su origen social demócrata puede no ser el mejor conservador pero si una garantía de espíritu democrático.
Mario Alejandro Scholz: Abogado, experto en política internacional con especialidad en Latinoamérica.
———————–Fernanda Andrea Sanchez
Coordinación general y periodística
Martín Zevi
Coordinación del Dpto. Audiovisual











