La guerra en Ucrania no solo representa un desastre para la humanidad, también lo es para el planeta entero porque retrasa los esfuerzos para combatir el calentamiento global y potencia la posibilidad de una catástrofe ambiental irreparable.
La operación militar que inició el 24 de febrero por Rusia, con el objetivo de invadir Ucrania, se prolonga desde hace ya un mes aproximadamente. Actualmente faltan datos oficiales para cuantificar el verdadero impacto ambiental del conflicto bélico pero los bombardeos, incendios y las lluvias radiactivas deja en vista un panorama no muy alentador.
Los primeros días de combate estuvieron marcados por numerosos bombardeos de instalaciones militares e infraestructuras energéticas ucranianas, como lugares de almacenamiento de municiones, fábricas de armamento, depósitos de combustible y oleoductos.
El conflicto está resucitando una corriente gasto militar que muy probablemente se traducirá en un proceso de rearme a gran escala y que, en términos ambientales, supondrá el reforzamiento de industrias y actividades con una enorme huella de carbono.
El Secretario General de las Naciones Unidas explicó que la guerra amenaza con trastornar los mercados mundiales de alimentos y energía con implicaciones catastróficas para la agenda climática mundial.
“Los países podrían verse tan consumidos por la insuficiencia inmediata del suministro de combustibles fósiles que pueden descuidar o dejar de lado las políticas para reducir el uso de ese tipo de energéticos”
dijo António Guterres durante su participación en la Cumbre de Sostenibilidad Económica organizada por la revista The Economist.
Guterres explicó que las medidas a corto plazo que tomen las grandes economías para satisfacer esa escasez con las opciones disponibles suponen el riesgo de crear una dependencia de los combustibles fósiles a largo plazo, cerrando la posibilidad de limitar el aumento de las temperaturas globales a 1,5ºC para fin de siglo con respecto a los niveles preindustriales.
La energía fósil sigue siendo la sangre vital de los ejércitos, y eso hace que la huella de carbono del entramado militar sea extremadamente alta.
«Estamos avanzando como sonámbulos hacia la catástrofe climática», Antonio Guterres
La destrucción de lugares de almacenamiento de municiones, fábricas de armamento, depósitos de combustible y oleoductos ha resultado en la contaminación del aire, con muchas columnas de humo que consisten en gases tóxicos y partículas y, donde se han almacenado armas convencionales, metales pesados y materiales energéticos. La contaminación del agua y del suelo van de la mano, especialmente cuando se destruye la infraestructura energética.
Respecto a la parte marítima, el medio ambiente tampoco se ha librado. Se han hundido muchos barcos y se han bombardeado puertos, como los de Pivdenny u Ochakiv, en las inmediaciones de la Reserva de la Biosfera del Mar Negro, una de las mayores áreas naturales protegidas de Ucrania que alberga varias especies en peligro de extinción.
Esta es la primera vez que estalla una guerra en un terreno tan nuclearizado
A toda esta contaminación se suma el riesgo de accidentes nucleares. Desde los primeros días del conflicto, el ejército ruso se apoderó de la infame central nuclear de Chernóbil. El desplazamiento de los tanques por el suelo aún contaminado provocaron un aumento de la radiación alrededor del sitio.
Del mismo modo, dos vertederos de desechos radiactivos fueron alcanzados por misiles cerca de Kharkiv y Kiev, a priori sin dispersión de materiales radiactivos. Ucrania tiene cerca de 15 reactores nucleares.
Nuestro planeta ya se ha calentado hasta 1,2º y vemos las consecuencias devastadoras de esto en todo el mundo. Mientras más dure el conflicto bélico, mayores serán los impactos, con cicatrices evidentes en las poblaciones, la biodiversidad y los ecosistemas del mundo.
———————–Fernanda Andrea Sanchez
Coordinación general y periodística
Martín Zevi
Coordinación del Dpto. Audiovisual